Generamos nuestras ideas y nuestras hipótesis, de acuerdo a lo experimentado en la clínica con un paciente y esa idea o hipótesis nos fascina y se nos presenta como muy certera, pero para no quedar atrapados con la posibilidad de invisibilizar otras aristas, es bueno salirse de la propia esfera, para luego volver y pensar con más perspectiva.
Nos referimos a la posibilidad de enriquecer la originalidad surgida en el campo analítico, con la emergencia de un redescubrimiento, pero no como mera repetición, sino como convalidación de aquello que vemos con el paciente.
Esto es posible en un segundo momento, cuando nos alejamos de lo acontecido en esa particular estructura vincular que generamos paciente y analista y podemos pensar lo que ha sucedido allí; a veces es posible vivirlo ejercitando un pensamiento en paralelo donde logramos vernos en relación, auto-observarnos en sesión y otras, podemos experimentarlo ya finalizada la misma.
Pero podemos marcar un tercer momento, que yo marco como una experiencia enriquecedora para los psicoanalistas, que es el de reunirnos con otros colegas, para convalidar la consistencia de lo que pensamos sobre la clínica y generar espacios para seguir reflexionando e intercambiando experiencias, siempre poniendo en práctica la articulación permanente entre la clínica y la teoría.
El trabajo grupal permite enriquecernos con la diversidad de estilos y con la posibilidad de poner en común nuestras propias y particulares resonancias ante los diversos casos clínicos expuestos o las diferentes lecturas que en cada uno está influyendo. Esta convergencia de estilos y de las propias resonancias, nos posibilita efectos de legitimación. Es un modo de poner en juego las propias resonancias de los modos en que cada uno encarna las teorías y la clínica.